En memoria de Beto Rosas y Jaume More, que en paz descansen.
En este relato cambio los nombres de los niños y puede haber algunas imprecisiones.
Ser “monero” o caricaturista desde hace más de 30 años me ha traído un montón de historias que han hecho que valga la pena esta profesión. Ha habido unas increíblemente buenas, otras malas, tristes, de todo, pero una que recuerdo con especial cariño es la que viví con mi gran querido amigo, colega del humor y socio durante muchos años Beto Rosas, que descanse en paz.
Resulta que por allá del 2003 Ediciones B (gracias a mi súper editor Jaume Mor, que en paz descanse también), publicó cinco libros de las tiras cómicas de Los Escuincles, y Beto fue el que siempre me hizo el gran honor de presentarlos, ya sea en la FIL y en otras ferias de libro como en la Ciudad de México.
En una de ellas, aquí en Guadalajara, la editorial rentó dos o tres salones pequeños de la FIL para la presentación de uno de los libros. Tres salones pequeños son muchos metros porque se abaten y convierte en uno solo. Por fortuna se llenó de muchos fans de Los Escuincles, de parientes, amigos y hasta de uno que otro metiche.
Como en cada presentación, en el centro de la mesa de presentadores Beto y yo junto a él, riéndome de las loqueras divertidas que iba inventando para presentar cada uno de los libros. En esta ocasión, se le ocurrió hacer preguntas sobre los personajes de Los Escuincles y al niño que levantara primero la mano le regalaba un libro.
Es importante comentar que Beto tenía una característica muy especial, no veía nada, pero nada es nada. Muchos años trajo lentes de botella, luego lentes de contacto, después no sé si se operó los ojos, pero el caso es que no veía más lejos de un metro.
Para la dinámica era importantísimo que viera muy bien porque cuando hacía las preguntas nomás veía las manos levantadas de los niños de la primera y segunda fila gritando sus respuestas. Los de la fila 3 hasta la 20 no tenían posibilidad alguna de ganar regalo.
La mecánica se escuchaba algo así en voz de Beto:
– Al primero que levante la mano y me diga cómo se llama el personaje de Los Escuincles que tiene un chipote en la cabeza.
En ese instante se empezaban a escuchar los gritos ensordecedores de los niños gritando sus respuestas:
– ¡Chipotes! ¡Chipotes! ¡Chipotes!
Por supuesto otros tantos gritaban la respuesta equivocada. Las primeras tres preguntas Beto le decía a cualquiera de las filas uno a la tres:
-A ver, tú, el de la camisa roja, ven para acá al frente.
El niño venía corriendo y frente a todos gritaba la respuesta.
-¡Chipotes!
-¡Muy bien! -contestaba Beto – ¿Cómo te llamas?
-Pepe.
-Te has ganado un libro de Los Escuincles.
Y así se fue Beto regalando los primeros libros.
Desde la primera pregunta noté que en la última fila un niño de camisa de rayitas azules levantaba la mano y Beto no lo veía. Pero lo extraño es que la levantaba tarde. Ya que Beto preguntaba y los niños saltaban de su silla gritando, el niño de atrás comenzaba a levantar la mano, muy sentado en su lugar. Entonces me acerqué a Beto y al oído le dije:
-En la próxima pregunta que hagas, sin esperar a que los de adelante griten, le dices al niño de la camisa de rayitas azules que venga al frente.
Y así fue:
-El niño de la camisa de rayitas azules que está hasta atrás, véngase corriendo al frente para que me diga quién es la niña de los Escuincles que tiene una florecita en su pelo güerito.
En eso vimos que la mamá se levanta de la silla orgullosa, se hace a un lado y le dice al niño que vaya al frente a contestar la pregunta.
Beto no veía que pasaba, solamente decía:
-¡Vente corriendo amigo! ¡Rápido, rápido!
El niño comenzó muy lentamente a caminar por el pasillo lateral, un silencio medio raro nos hizo darnos cuenta de que tenía muchas dificultades para caminar, pues tenía un tipo de discapacidad.
Después de unos segundos que parecieron horas para los niños que corrían de un lado a otro en instantes, llegó al frente el niño de la camisa de rayitas azules. Beto sorprendido hizo cara de “la regué”, pero como era muy habilidoso para eso de arreglar las metidas de pata, le preguntó por su nombre, el niño contestó con dificultad:
-Die-go.
-¡Un fuerte aplauso para Diego! -dijo Beto y haciéndola de emoción le preguntó- ¿Quién es la niña güerita de Los Escuincles que tiene una flor en su cabello?
Beto ni la respuesta escuchó, ya estaba feliz entregando el libro, pero Diego con toda su dificultad respondió:
-María.
El nuevo ganador se regresó lentamente a su lugar entre aplausos de todo el público. Más orgulloso no podría estar.
Continuó la presentación por unos minutos y al terminar, aún estando todavía todos en el estrado, se acercó la mamá del niño de la camisa de rayas azules. Fue directamente hacia mi para que le firmar el libro, pero en especial para darme las gracias por el libro y por todo lo que Los Escuincles habían hecho por su hijo.
-¿Los Escuincles han hecho mucho por su hijo? le pregunté yo muy sorprendido. Y me contestó algo así, no es exacto el texto, pero similar.
-¡Uy, si supiera! -dijo orgullosa- mire, Diego tiene tal discapacidad desde que nació, entonces no tenía muchas ganas de hacer nada en su vida, estaba bastante deprimido. Un día le leí una de las tiras del periódico y le gustó mucho, pero no le di mucha importancia. Al día siguiente, me sorprendió que me pidiera leerle la tira del día nuevamente. Me volví a sorprender y con eso me di cuenta qué para él era algo que lo ponía contento en el día, así que siempre salía yo, recogía el periódico y lo ponía en la mesa para que lo viera y me pidiera que se la leyera. Así pasaron muchos meses, amanecía con la ilusión de saber de las caricaturas. Esto ayudó mucho a su desarrollo porque tenía una motivación cada día, además, algo muy importante, Diego empezó a preguntarme sobre el tema de la caricatura. Eso hizo que comenzáramos a platicar de temas muy variados, que si de ser felices, que si del gobierno, de la lluvia, y de cada uno de los temas expuestos. Eso fue maravilloso.
-Un día mi esposo me pidió llevarlo a la oficina y salimos temprano, el periódico no había llegado, así que nos fuimos sin dejarlo en la mesa. Al llegar, yo entré al comedor y vi a Diego muy sentado con el periódico al lado, listo para que le leyera yo la tira del día. Volteé a buscar a la enfermera y no estaba, entonces me di cuenta de que él había ido a recogerlo a la cochera.
-Me quedé sorprendida, y no pude más de la emoción pues esa motivación no podía dársela nadie más que Los Escuincles. Después me enteré por la enfermera qué al no ver el periódico en la mesa, se bajó de la silla y como pudo llegó a la cochera, recogió el periódico y se lo llevó a la mesa, en espera de que yo llegara para leérselo. Hacer eso significa para él mucho esfuerzo, y lo hizo por cumplir su objetivo.
-Pero eso no fue todo – dijo la mamá orgullosa- a partir de ahí negocié que fuera él diariamente a recogerlo a la cochera, y así fue, su motivación era tal, que ponía todo su esfuerzo para recogerlo y llevarlo a la mesa para que yo se lo leyera.
-Así pasaron muchos meses hasta que sucedió algo parecido a la primera vez, tuve que salir antes de que llegara el periódico, así que cuando regresé ya era muy tarde para leerle la tira a Diego. Ya no estaba en su lugar desayunando. Así que agarré el periódico y fui a buscarlo a su cuarto, donde debería de estar en su terapia. Ahí, me senté junto a él y le dije que cuando terminara nos sentábamos y le leía la tira. Pero no fue necesario. Me dejó sorprendida porque él solito me preguntó por algo así como:
-Mamá ¿Qué significa corrupción? Me sorprendió mucho, pero mucho mucho, porque me di cuenta de que él lo había leído. Por eso incrédula le pregunté: ¿Tú lo leíste o te lo leyó Martha (la enfermera)?
-Yo solo.
-Entonces me di cuenta de que Diego había aprendido a leer lo básico gracias a Los Escuincles. O sea, la motivación por saber lo que un personaje le quería decir, lo llevó a hacer el esfuerzo para aprender a hacerlo.
Orgullosa la mamá me dijo qué gracias a Los Escuincles, se dio cuenta de que Diego podía hacer lo que se propusiera. Ya con el antecedente de la lectura que había hecho se propuso que aprendiera a leer y a escribir, y así fue, pues en pocos meses ya hacía todo el proceso de levantarse por el periódico, llevarlo a la mesa, leerlo y platicar con su mamá sobre el tema expuesto.
Me confesó la señora que a veces no sabía del tema que hablaban Los Escuincles, pero que eso no fue impedimento para platicar con su hijo porque investigaba y platicaban luego.
Para finalizar me dijo la mamá de Diego:
-Pero ahora estoy muy, pero muy contenta por un logro más de Diego. ¿Se imagina? Hoy Diego tuvo el valor de hacer algo que en su vida imaginó que podía hacer, animarse a pasar al frente para responder. No me imaginé que siquiera levantara la mano para contestar alguna de las preguntas, pero nuevamente la motivación de tener un libro de Los Escuincles, lo llevó a hacer algo que no estaba contemplado: ¡caminar por este pasillo sin importar su condición y pararse al frente de un escenario lleno de gente para responder correctamente la pregunta!
He de confesar que lloré, me dio la emoción más grande que puedan imaginar. Los Escuincles habían cumplido en un lector algo que en mi vida me imaginé. Son de esas veces que llegué a pensar que solamente por eso ya había valido la pena haberlos creado.
Por supuesto que Beto y Yo nos quedamos con la lágrima en los ojos, pero felices de escuchar lo que nos acababa de contar la señora. Jaume, el editor, con eso se dio por satisfecho de haberlos impreso, muy a su estilo dijo:
-Con eso.
Por supuesto que ni Beto, ni Jaume, (a quienes les dedico este artículo), ni la señora, ni Diego están aquí para contarlo. Los únicos son Los Escuincles, que estarán felices en su plano, de haber hecho una tarea que nunca nos imaginamos.